Ha llegado un poco de storytelling. En este post, os voy a hablar sobre un viaje muy especial que tuve la oportunidad de realizar en 4º de la ESO. Es una de las experiencias que más me han marcado.
Apenas tenía 15 años cuando de repente me llamó mi tía. Cogí el teléfono, y me comentó a ver si me gustaría viajar con ella y la ONG ANAS Navarra a un Campo de Refugiados del Sahara. Como buena niña pequeña, le dije que lo hablaría con mis aitas, pero que me hacía mucha ilusión.
Después de hablar con mis padres, decidimos que iría al Sahara. La excursión era en pleno curso, a principios de diciembre. Estuvimos durante semanas planeando todo. Mi tía me fue informando sobre cómo iba a ser el viaje. El día anterior lo pasaría con ella en Pamplona, y me quedaría a dormir en su casa, porque madrugaríamos un montón. También nos informamos acerca del equipaje que deberíamos llevar. Un total de 30kg de equipaje máximo. En mi caso, llevé una pequeña maleta con la ropa que utilizaría yo durante el viaje, y el resto lo metimos en grandes bolsos en los que metimos ropa, calzado, comida y medicamentos. También algún que otro material escolar, libretas, bolígrafos... Conforme llegaba el día, cada vez estaba más nerviosa. No era más que una niña. En ese momento estaba en Lizarra Ikastola cursando 4º de la ESO, por lo que debía avisar a los profesores de que iba a faltar.
Se acercó el día, y yo era un manojo de nervios. Preguntas por todos lados, dudas, miedo... Se me removía todo por dentro. Conocía a niños del Sahara que venían a mi pueblo en verano. Me lo tomé como una oportunidad para aprender. Y así fue.
Llegó el día anterior. Fui a Pamplona y ahí me despedí de mis padres. Me dejaron con mi tía. Recuerdo que estaba muy feliz. Me advirtió que iba a ser una experiencia dura. Nos fuimos a dormir temprano, porque al día siguiente nos levantamos a las 4am. Habría un autobús esperándonos a las 6am para viajar hasta Barajas, Madrid. Ahí esperaríamos para coger un avión rumbo a un Aeropuerto Internacional de África (no recuerdo su nombre). Después esperaríamos para coger otro avión al Aeropuerto de Tindouf. Una vez allí, iríamos hasta el Campo de Refugiados de El Aaiún, para llevarnos a cada persona con nuestras familias de acogida.
Suena estresante, ¿verdad? Lo fue. Sobre todo porque tuvimos complicaciones por las tormentas que hubo ese día en el desierto, y nos quedamos esperando con más de 6h de retraso en el Aeropuerto Internacional. Nos avisaron que si finalmente nuestro avión no salía, nos dejarían una habitación de un hotel donde alojarnos. El viaje de ida duró nada más y nada menos que 25h de reloj. Lo pasé mal en los vuelos, aunque se me hicieron cortos. Lo peor fue la espera y, sin duda, la llegada al Aeropuerto de Tindouf. Estando allí nos encontramos con una pelea muy grande, de la que no me apetece dar detalles. Me dijeron que me fuera acostumbrando a peleas físicas y lanzamientos de objetos, que eso era normal, y también a los insultos y situaciones machistas. La policía intervino, y yo comencé a tener miedo. También se extraviaron muchas de nuestras maletas. Tuve la suerte de que mi equipaje estaba completo.
Al no tener transporte para ir al Campo de Refugiados, nos escoltó la Policía de Tindouf. Estuvimos esperando por unos minutos. Yo llevaba puestos 3 abrigos de invierno, 2 chándal, algunas camisetas y forro polar, y aún así tenía frío. Llevaba tanta ropa porque no nos cabía en la maleta, pero tengo que decir que lo agradecí. Debíamos estar a menos de 2ºC.
Los guardias nos escoltaron y nos iban soltando por el camino. Nos metieron a 8 mujeres con nuestros bolsos y maletas a su furgoneta, todas apretujadas, y nos dijeron que nos agarrásemos como pudiéramos. Recorrimos parte del desierto, hasta llegar al Aaiún. Todo botes arriba y abajo, a un lado y al otro. Golpes en el techo, maletas que se caían encima... un viaje interesante y largo, a pesar de que duró cerca de una hora. Cuando llegamos a nuestra casa, estaba esperándonos la madre de familia para darnos la bienvenida. Nos ofreció pasteles y mucha comida que estuvo cocinando durante el día para nosotras. Me daba hasta cosa comer porque sentía que les robaba comida que no me pertenecía, aunque tenía bastante hambre.
Tras el largo viaje, caímos rendidas en el colchón que nos ofrecieron, y una manta por encima. Nos dormimos sobre las 7 de la mañana, y hacia las 9:30 ya estaba despierta. Fue entonces cuando me di cuenta de que mi viaje había empezado, que era real. Fue ahí cuando comenzó mi verdadera aventura.
Próximamente, que sino se hace largo 😅
Espero que os haya gustado esta parte. ¡Un besazo, nos vemos pronto!
Maitendencia.
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